martes, 15 de abril de 2008

En Re menor, con apogeo en cuartas y en séptimas, en Acordes cacofónicos de noche.

Hay algo que suena a cascabel, no es más que un cascabel, no es mas que la nariz estruendosa precipitandose a la salvación, no es solo un cascabel dentro de la nariz, es pura adrenalina que se erige desde la angustia de la ansiedad, y la ansiedad se ensalza de su propia ansiedad que alusiona a sufrimientos mentirosos de mentiras que la misma adrenalina extraida de la ansiedad se alusiona a mentir con sufrimientos como delirios o como micciones dentro de un recipiente de alpillera, parecido a un saco de huesos, parecido a la musculatura de una papa, solo similar a una cartuchera llena de animales sin huesos, sin pieles, sufriendo como narices, sufriendo como glandula pineal con luz, sufriendo más como un ente de manos gigantes en la oscuridad, lleno de ansiedad y de miedo a la oscuridad, esperando pesadillas y esperando cosas con sombras que no conoce, solo esperando sufre lo peor, nada como esperar en la oscuridad a que llegue la luz del otro amanecer, solo el alba prepara para nuevos miedos, sacude cascabeles dentro de la nariz, nos levanta en la ansiedad de un día de zenit y de nadir, a volver a ver el nadir por el zenit, y ver la luna levantandose en su gloria, esperando a que se duerma uno para que no espere más la ansiedad de su víctima, de quien le roba musica, de quien reproduce musica, de quien tergiversa musica, de quien suena a violonchelos de noche, con maderas frias, con maderas arrugadas, con flores haciendo el amor con el sonido de nuestras vacilaciones, con el infinito de por medio, y con la ansiedad en sus pétalos, con los que se excitan y se ríen del infinito, se rien de la tragedia de quien las escribe, se ríen de quien las pinta, de quien las maquilla, de quien las retrata de noche, de quien las ama como su viento fresco, como su carmesí fresco y herrumbrado, de quien las huele pensando que huele su parte más deliciosa, de quien cree saborear su néctar sin volverse antes un 69, de todos los que la iluminan; y los párpados se olvidan de todo, no esperan más, se dejan llevar por el placer que les depara el sueño, la otra realidad, donde los cascabeles suenan diferente, donde la ansiedad se hace semilla, y donde la angustia crece dentro del corazón de una flor vermellón, donde la glandula pineal se olvida de su sueño, donde el sueño se olvida de su pesadilla, donde crece una naranja en la nariz hasta que los gallos exasperen a los cascabeles.
Cuando la respiración exacerbada despierta carroñas de semillas, cuando las parafilias oniricas se vuelven sobre sí mismas y explotan en gotas condensadas de sabores amargos y de flujos sólidos es cuando la catarsis de los cascabeles llega a un nuevo límite, una desesperación que lleva el recuerdo a un plano desagradable (¿más desagradable que el recuerdo?, ¿que una retención?, ¿más agradable que un recuerdo?), a un plano de dependencia, a un plano de planos, donde no existe, no existo, no hay nada, tan vacío como la consumación del provocador, es tan vacío como el consumidor, es el cerdo incierto de la ciudad, es cerdo incierto de libertad, es libertad en esplendor, pero no es esplendor de libertad, es muerte, es pavor por sangrar una fisura de ansiedad...


El hoy de K.C.O.

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